Recensión de José Antonio Marina, La recuperación de la autoridad. Crítica de la educación permisiva y de la educación autoritaria

Recensión de José Antonio Marina, La recuperación de la autoridad. Crítica de la educación permisiva y de la educación autoritaria, Versátil, Barcelona, 2009, 189 pp. Publicada en Estudios sobre Educación, nº 17, 2009, pp. 212-214

María Rosa Espot
La recuperación de la autoridad es el título del nuevo libro de José Antonio Marina. El subtítulo, Crítica de la educación permisiva y de la educación autoritaria, indica el punto de vista desde el que Marina aborda la cuestión de la autoridad. El libro está organizado en dos partes. La primera, El diagnóstico, consta a su vez de tres capítulos. La segunda, Las propuestas, consta de cuatro capítulos. El libro se cierra con un epílogo a modo de conclusión.

En la primera parte del libro Marina aborda el concepto de autoridad señalando el confusionismo conceptual existente en nuestros días en relación a la autoridad. Marina sostiene acertadamente que la crisis de autoridad es un fenómeno que afecta a todas las instituciones sociales y en particular a la educativa. Este fenómeno ha dado paso a la educación permisiva, que en aras a proteger la espontaneidad de la libertad no se atreve a imponer ni a exigir nada. A juicio de Marina, estamos en una sociedad permisiva en la que, contrariamente a lo que se vive, se pide autoridad. Lo que los ciudadanos realmente reclaman es mano dura y orden en el ámbito político y disciplina en el ámbito escolar. “Autoridad, disciplina y orden —afirma Marina— se han vuelto equivalentes, con lo que es difícil establecer las fronteras entre autoridad y autoritarismo” (p. 18). “El debate sobre la autoridad —escribe Marina— suele desenfocarse porque no suele reconocerse que el verdadero significado de autoridad lo relaciona con el mérito” (p. 19). Se acepta que todos somos iguales en cuanto a derechos, sostiene Marina, pero se ha deslegitimado toda diferencia por el mérito. La recuperación de la autoridad pasa por la clarificación de su concepto.

Para clarificar conceptos acude inicialmente al origen romano de los términos auctoritas y potestas, enseñado por Álvaro d’Ors. Más adelante, Marina habla de la autoridad recibida que es la que se recibe de alguien y de la autoridad personal que no se recibe de nadie, sino que se alcanza por méritos propios. Marina define ésta última, la autoridad personal, como “un poder legítimo” y la denomina a su vez la autoridad merecida. Amparándose en que los textos de filosofía política suelen definir la autoridad como “el poder legítimo”, Marina incluye ambos tipos de autoridad (recibida y merecida) en el poder legítimo: así lo expresa en el cuadro sinóptico de los tipos de poder que presenta en el capítulo primero, contribuyendo de este modo a borrar la clara diferencia original entre autoridad y potestad.

La actitud actual ante la autoridad es de rechazo y de nostalgia, ante la permisividad es de euforia y miedo. Marina desgrana los elementos que han propiciado el descrédito de la autoridad, todo un sistema invisible que —parafraseando al autor— ha presionado sobre la crisis de autoridad y ha originado determinados patrones de conducta que han afectado negativamente a la educación, en particular a sus dos grandes protagonistas: la familia y la escuela.

Se trata de recuperar la autoridad en una sociedad que disfruta de la permisividad, sin volver —advierte Marina— a una sociedad autoritaria. “Una autoridad que sea compatible con la libertad, la democracia, la autonomía, los derechos del niño” (p. 74). En la segunda parte del libro Marina presenta un modelo en esta dirección, un modelo que aspira, sin pesimismos de ninguna clase, a desembarazarse de la cultura permisiva (que todo lo permite, que se funda en el deseo y rechaza el deber) y de la cultura autoritaria (del deber por el deber, que desconfía de la libertad de los demás e intenta coartarla). “La autoridad —afirma— procede de la libertad que cumple sus deberes” (p. 122).

Para Marina la tarea más urgente es reformular el concepto de libertad. No somos naturalmente libres, afirma. “La libertad no es una propiedad innata, sino aprendida” (p. 85), “no es espontaneidad, sino destreza aprendida” (p. 87), “tenemos la obligación de ser libres” (p. 101), “hay que aprender la libertad” (p. 121), son algunas de sus afirmaciones. Marina aboga por una pedagogía de la libertad que incluya una pedagogía del deber que domine el impulso.

Tras detenerse en el concepto de libertad, el autor presenta el principio fundamental en el que se basa su propuesta: la educación del carácter cómo núcleo de una educación de la personalidad. Marina considera que el objetivo de la educación del carácter es el aprendizaje de la libertad, y esta educación debe hacerse en siete dimensiones diferentes: la representación del mundo, los hábitos intelectuales, el buen tono vital, la autonomía, la vinculación, la elección del proyecto vital y los hábitos ejecutivos. Marina se detiene explícitamente en cada una de ellas.

La formación del carácter y la pedagogía de la libertad son tareas de la familia y de la escuela. Los padres como primeros responsables de la educación de sus hijos tienen que saber ejercer de padres, por lo tanto deben tener unos conocimientos educativos. Para el autor, es preciso quitar el miedo a los padres y recordarles que tienen dos grandes herramientas educativas: la ternura y la exigencia. Finalmente, Marina advierte a los padres que no deben olvidar la conciencia moral, es decir, la educación moral que permite distinguir lo justo de lo injusto, lo bueno de lo malo.

Ante el desprestigio que la escuela sufre en nuestros días, que en modo alguno ayuda al profesor en su tarea educativa, Marina recuerda en el último capítulo que conseguir el respeto de los alumnos por parte del profesor se ha convertido en una tarea personal del docente, es decir, recuperar la autoridad es un asunto de cada uno en particular. Su estatus ya no le protege. La autoridad se tiene y también se adquiere. El autor termina el capítulo recordándonos que en esta tarea personal del profesor juegan un papel clave el Centro Educativo y la ayuda de las familias. En definitiva, se trata de realizar un trabajo en equipo la familia y los docentes.

El libro, bien editado, se lee con facilidad, aunque en algunas partes parece poco ordenado, como si hubiera sido escrito apresuradamente tanto en el cuerpo del texto (capítulo cuarto) como en sus referencias bibliográficas.