La disciplina en el aula

Publicado en Vanguardia Educativa (Monterrey, México), nº 19, 2015

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María Rosa Espot y Jaime Nubiola
Desde siempre una de las principales preocupaciones de los profesores —y en particular de los profesores principiantes— es conseguir la disciplina en el aula. La falta de disciplina no solo impide que el profesor pueda enseñar a sus alumnos y estos puedan aprender todo lo que son capaces de aprender, sino que además hace sufrir mucho al profesor y le obliga a dedicar gran parte de su tiempo a resolver situaciones desagradables.

Para algunas personas la palabra disciplina es una palabra fea, pues se asocia a control, normas, rigidez, castigos. Otros la consideran una palabra antigua, de tiempos pasados, escasos de libertad. Sin embargo, en realidad disciplina significa “aprender”; sus componentes léxicos son discere (aprender) y el sufijo -ina. Puede decirse que la disciplina en educación es fundamental, de la misma manera que lo es para una joven que desea convertirse en una buena bailarina de ballet o para el que quiere convertirse en un deportista de élite. De hecho, nadie pone en duda que lograr que una bailarina parezca ingrávida cuando baila o que un atleta mejore una marca mundial, son dos logros que requieren una gran dosis de disciplina previa a su consecución.

Efectivamente, en el ámbito deportivo son numerosos los éxitos que se atribuyen a la disciplina más que a las características, habilidades o capacidades personales de sus protagonistas. Pues bien, en el ámbito educativo sucede algo parecido. Con la disciplina el profesor logra enseñar y el alumno logra aprender. En esos dos logros, es decir, en esa perfecta correspondencia, reside gran parte del éxito de la labor educativa en el aula. La disciplina es uno de los valores básicos de la educación.


Necesidad de la disciplina

Para educar es imprescindible un clima de orden, paz y sosiego que solo se consigue cuando la convivencia entre quien educa y el educando es correcta y adecuada. La disciplina no es un objetivo, es un medio que permite enseñar y educar. Su misión es ayudar a que la convivencia entre todos los miembros de la comunidad escolar sea la mejor posible. Sin disciplina al profesor le es imposible alcanzar los objetivos educativos que se ha propuesto; y en consecuencia, al alumno le es imposible aprender. En definitiva, la disciplina —que incuestionablemente afecta al aprendizaje— es tan necesaria para los alumnos como lo es para nosotros los profesores.

Con la disciplina el alumno además de aprender unos contenidos, aprende algo muy importante que es saber guardar silencio y escuchar, pedir y esperar el turno de palabra, respetar —en el sentido más amplio de la palabra— al profesor y a sus iguales. En definitiva, aprende a mirar a los demás para respetarles y ayudarles.

Si el profesor procura tener presente la disciplina en todas sus tareas educativas —tanto dentro como fuera del aula—, evitará faltas, desórdenes, conductas incorrectas y los castigos que a nadie agradan y generan un gran malestar. Cuando la disciplina está presente en el aula, es cuando el profesor puede realmente ayudar a crecer a sus alumnos.  


Cómo conseguir la disciplina en el aula

Como todos sabemos, conseguir la disciplina no significa lograr un amaestramiento de los alumnos ni nada que se le parezca, sino que es algo muy distinto. Conseguir la disciplina es mucho más que mantener interesados a los alumnos para poder impartir la clase sin perturbaciones de ningún tipo (ruidos, desorden, faltas de respeto, etc.).

Conseguir la disciplina significa lograr que cada alumno tenga sus razones para aceptar y querer el control de sí mismo, traducido en un orden y una conducta adecuada. Esto tan importante no se consigue con la aplicación de un reglamento de conducta y un listado de sanciones en mano. Tampoco se consigue avergonzando a los alumnos, recurriendo al miedo, o sin esfuerzo personal por parte del profesor. En este sentido, vale la pena destacar la importancia que tiene el hecho de incluir en la formación de los docentes contenidos que los preparen para abordar adecuadamente la disciplina en el aula.

Se trata, pues, de que los alumnos sean disciplinados porque quieren y no porque no puedan no serlo. ¡Tienen sus razones! ¿Cómo puede el profesor alcanzar ese alto objetivo? ¡Que cada alumno tenga sus razones para querer ser disciplinado! Una manera es proporcionando a los alumnos razones y argumentos para que ellos (los alumnos) puedan por su cuenta decidir ser disciplinados. Por supuesto tendrán que ser razones y argumentos sólidos y profundos, es decir, convincentes.

Sin lugar a dudas, esta es la manera más eficaz y duradera de conseguir la disciplina en el aula, pero también la más difícil y que más tiempo reclama al profesor, pues requiere muchas conversaciones personales serenas y profundas y una cierta madurez por parte de los alumnos que a veces les cuesta alcanzar.  


¿Y qué pasa con los castigos?

Lo ideal es que cada alumno sepa controlarse a sí mismo, pero con adolescentes no siempre es así y puede ocurrir que la indisciplina surja en el aula, vaya ganando terreno e incluso llegue a campar a sus anchas.

Desde luego es utópico pensar que las normas de convivencia en el aula no son necesarias. Las “reglas del juego” —sobre la puntualidad, el orden, el silencio, el respeto mutuo, el trabajo bien hecho— hay que dejarlas muy claras desde el primer día, no sólo comunicarlas, sino explicarlas y después exigir su cumplimiento y exigirlo siempre, y de la misma forma, con igual intensidad. Para lograr su cumplimiento algunas veces quizás haya que recurrir al castigo.

Emplear el castigo en la educación de los adolescentes es habitual y socialmente aceptado salvo algunas excepciones. Por supuesto no se trata de ser permisivo, sin embargo, hay que decir que para que un castigo sea realmente eficaz debe utilizarse como último recurso —por lo tanto con poca frecuencia— y sin perder de vista su objetivo: lograr un cambio en la conducta incorrecta del alumno y no que pague su falta o algo parecido. Es más, para que un castigo logre el efecto que se desea o espera, es muy importante que el alumno pueda percibir lo que el profesor realmente persigue con el castigo que le ha impuesto: un cambio en su conducta incorrecta, es decir, su corrección. 

Alcanzar un aula disciplinada nos permite a los profesores desarrollar la importantísima tarea educadora que la sociedad nos ha confiado. La disciplina, considerada como una forma de hacer y actuar correctamente, es un valor imprescindible en educación. Más que la sanción, lo importante es poner los medios para que el alumno indisciplinado decida por su cuenta rectificar su conducta.

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María Rosa Espot (Barcelona) es Licenciada en Ciencias Biológicas por la Universidad Autónoma de Barcelona y Doctora en Humanidades por la Universitat Internacional de Catalunya. Desde 1978 es profesora en el Colegio La Vall de Bellaterra (Barcelona). Es autora de los libros La autoridad del profesor. Qué es la autoridad y cómo se adquiere (2006) y en colaboración con J. Nubiola, Aprender a divertirse (2011). Contacto: mrespot@la-vall.org

Jaime Nubiola (Barcelona, 1953) es profesor de Filosofía en la Universidad de Navarra, España. Entre sus libros se cuentan El taller de la filosofía, Pensar en libertad, Invitación a pensar y en colaboración con F. Zalamea, Peirce y el mundo hispánico. Es director del Grupo de Estudios Peirceanos. Contacto: jnubiola@unav.es